El paso del tiempo se nota en todo nuestro cuerpo. Nos centramos mucho en nuestro rostro, introduciendo en nuestra rutina facial productos adecuados a las pieles maduras y, con la llegada de la menopausia, redefinimos nuestras costumbres para adecuarnos al cambio hormonal que estamos viviendo. También nos centramos en el cuello y el escote, los lugares donde antes puede notarse la pérdida de firmeza, pero a lo que no prestamos demasiada atención es a nuestro cabello y el pelo también envejece.
Las canas es lo que más se ve, pero no es lo único que le ocurre a nuestro pelo con el paso de los años. Y es que, a partir de los 50, nuestro cabello sufre cambios significativos, se debilita, se rompe más y se vuelve más opaco y débil. Uno de causantes de esta situación es nuestro propio cuero cabelludo, que, al igual que la piel del resto de nuestro cuerpo, se ve alterado con la edad, perdiendo colágeno y volviéndose más seco y frágil.
Esta pérdida de colágeno no sólo afecta a la piel, sino también al propio pelo, ya que es el responsable de su flexibilidad y resistencia. Al comenzar a escasear, nuestro cabello se vuelve más fino, más seco y está más apagado. Pero no es lo único que ocurre. Con el paso del tiempo, el pelo tiende a encresparse más, porque retiene menos la humedad, por lo que los tratamientos antiencrespamiento con keratina, por ejemplo, además de mejorar esto, consiguen engrosar las fibras capilares, haciendo que nuestra melena parezca más densa y con más volumen.
Por tanto, ¿qué necesitamos? Para empezar un buen champú anticaída, productos que hidraten tu cuero cabelludo, sérums que nutran el cabello en profundidad y tratamientos de colágeno y keratina para lograr un pelo más flexible y grueso.